La Edad del Hierro es el último periodo de la Prehistoria antes del
comienzo de la Historia con la invención de la escritura. La era del
Hierro se desarrolló en el primer milenio antes de Cristo en la
Península Ibérica y constituye la etapa final de la Edad
de los Metales.
Este periodo de la Prehistoria se caracteriza por el
abandono del bronce en beneficio del hierro debido a la abundancia de
este mineral, su gran dureza, su alta temperatura de fusión y su coste,
más barato que el bronce. Los habitantes prehistóricos de la Península
Ibérica utilizaron la metalurgia del hierro para la producción
sistemática de armamento (espadas o falcatas, corazas, escudos y cascos)
con fines defensivos, utensilios o herramientas de trabajo, joyas y
adornos.
El pueblo celta introdujo los enterramientos en campos de urnas (destino
de las cenizas de los difuntos) con ajuar funerario, compuesto
generalmente de cerámica y metales, y contribuyó al desarrollo de la
metalurgia del hierro y de la agricultura con los cultivos de cereales y
la práctica del arado en sus áreas de influencia de la Meseta y el
Norte de la Península Ibérica. La cultura celta practicó una religión
basada en el culto a los elementos de la naturaleza (como el agua, las
montañas y los bosques) bajo la dirección de los druidas. Los
principales yacimientos peninsulares de la cultura celta son los de
Cortes (Navarra), Mondoñedo (Galicia), Espollá y Tivissa (Cataluña). La
Región de Murcia cuenta con pocos yacimientos de la Edad del Hierro y se
localizan en el área del Valle del Guadalentín. Estos restos
arqueológicos demuestran la existencia de hábitats o poblados
prehistóricos de la etapa del Hierro en el Levante español relacionados
con la cultura íbera. La influencia celta no llegó al sureste peninsular
durante el proceso de su expansión cultural.
Durante este periodo se difundió y generalizó la utilización del hierro como material
de fabricación de instrumentos y armas. Según la zona geográfica, la
Edad de Hierro transcurre entre fechas diferentes; así, esta nueva etapa se
inició en Oriente Próximo hacia el siglo XIII a.C. Posteriormente llegó a
Europa, donde se prolongó hasta la expansión del Imperio Romano. En
China comenzó hacia el 600 a.C., en el África subsahariana entre el 500 y el
400 a.C., y en el sur de este continente, aproximadamente en el 200 d.C.
Los cuerpos
recuperados en turberas (donde las condiciones anaeróbicas los
han conservado perfectamente) constituyen testimonios fascinantes
del sistema religioso e ideológico a través del cual los
pueblos de la edad del hierro entendían el mundo. Unos
extractores de turba vieron en 1950 en Tollund Fen (Dinamarca)
cómo un rostro humano sobresalía de la turba. El cuerpo, que
desde entonces se conoce como el 'Hombre de Tollund', estaba
desnudo; tan sólo llevaba un bonete de piel y un cinturón; las
piernas estaban flexionadas adoptando la posición fetal. Los
ojos del hombre estaban cerrados; alrededor de su cuello
permanecía la soga con la que fue ahorcado hace unos 2.000
años. Se han descubierto cientos de 'hombres de las turberas' en
el norte de Europa, gran parte de ellos por extractores de turba
locales, desde hace décadas o siglos. La mayoría parece haber
muerto violentamente, a veces estrangulados (ahorcados o
agarrotados), otras por golpes en la cabeza o apuñalados (y en
ocasiones por más de uno de estos métodos). Es posible que
fueran ajusticiados por algún delito, pero hay pruebas que
sugieren que sus muertes fueron sacrificios rituales. Los restos
de una especie de papilla a base de cereales encontrados en el
estómago de algunos de los cuerpos quizás indiquen una comida
ritual, mientras que su muerte pudo haberse producido por unos
métodos especiales de ejecución con carácter de sacrificio.
Además, es muy probable que muchas de las víctimas
pertenecieran a una alta clase social: sus manos estaban bien
cuidadas, sin callos, y sus cadáveres vestidos y aseados antes
de ser depositados en la turbera. Se realizaron otros depósitos
rituales, especialmente de objetos metálicos, en turberas y
canales, por lo que es probable que esos lugares tuvieran algún
significado especial para los pueblos de este periodo. Los
depósitos votivos en La Tène contenían unas 150 espadas,
algunas con vainas decoradas, fíbulas, puntas de lanza y otros
útiles y armas, tanto de bronce como de hierro. Se han
recuperado depósitos similares en el río Támesis (Inglaterra);
entre estos hallazgos destaca el escudo de Battersea (que en la
actualidad se encuentra en el Museo Británico).
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